sábado, 29 de noviembre de 2025
viernes, 28 de noviembre de 2025
jueves, 27 de noviembre de 2025
Gobernar para todos: el dilema de un liderazgo ideologizado
Gobernar para todos: el dilema de un liderazgo ideologizado
Los errores no forzados, la corrupción, los desaciertos en el discurso, la inmadurez, la tozudez, la escasa efectividad de las políticas públicas del Frente Amplio (FA) no son culpa de la oposición.
Por más que nos desagrade la derecha, no podemos responsabilizarlos por las pataletas del presidente, ni por las decisiones impulsivas, ni por sus visiones ideológicas sesgadas y fanáticas, ni por ciertos criterios bastante sui géneris que él mismo sostiene.
Sería injusto culpar a la oposición por las formas del mandatario. Más bien, tanto la derecha como sectores dentro del oficialismo reaccionan desfavorablemente a sus actos, y puede que incluso dentro de la izquierda haya quienes tampoco se sientan representados por el estilo presidencial.
Eso que podríamos llamar “el estilo Boric”, ha traído problemas que no interesan al país, que no aportan a la política interna y que han generado tensiones innecesarias. Acaban como distractores para desviar la atención a situaciones complejas para el gobierno o que simplemente no se han abordado aún, reemplazadas por otros hitos que poco contribuyen.
Bajo esa premisa no podemos echarle la culpa a la oposición por reaccionar. En el fondo si imaginamos un gobierno como este, con las mismas características de Boric, pero de derecha, la izquierda incluido el grupo del presidente reaccionaría de la misma manera. Las críticas serían absolutas y despiadadas y nadie diría: “Es joven, tiene que aprender, aceptemos que cometa errores”, porque se trataría de un “desgraciado” gobierno de derecha que no le gustaría a nadie.
No esperaríamos esta actitud paternalista, maternal o sobreprotectora que sí se observa hacia el gobierno actual. No, eso no sucedería porque al parecer hay ciertos sectores a los que se les perdona todo y otros a los que se les cuestiona. No existe una misma vara de medición.
En tal caso, la oposición se ha comportado como suele hacerlo cualquier oposición. Incluso ha sido bastante moderada y, pese a que ha endurecido su postura al estar en época electoral, siempre ha sido de manera justa y moderada.
El punto más importante aquí es que los gobiernos no pueden encapricharse. No se puede aceptar que estos intenten imponer su visión y generar situaciones “a su pinta” sin considerar a la mayoría de la población. Se presidente no se trata de darse un gustito, eso lo deben entender futuros mandatarios y el mismo Boric si es que pretende volver, ya que ha sido la antítesis de un mandatario responsable.
Por primera vez en la historia de Chile se eligió un gobierno sin una dirección política clara, sin un norte, sin un programa coherente. Improvisaron sobre la marcha y sin hacerse autocríticas. No tenían una línea política ni económica, ni una visión de
Estado o de país. Tal vez una visión de relaciones internacionales muy suya que murió en los primeros días. Intentaron hacer de todo, pero no lograron concretar mucho. Y por más que uno sea anti-derecha, debemos defender la institucionalidad. El Estado y el país no pueden darse el lujo de tener gobiernos amorfos, sin dirección política.
Ahí hay que reconocer que este gobierno no ha terminado antes gracias a la intervención de la antigua Concertación, una alianza que se buscó por la necesidad de salvar el pellejo. Por su lado, la Concertación violó su propia elección política: aguantó pataletas, agravios gratuitos, las ganas de jubilarla. No obstante, terminaron ellos mismos administrando y rescatando a un gobierno que no sabe qué quiso hacer.
En consecuencia, Boric en su fuero interno seguramente no está satisfecho con lo que ha hecho, sabe de las falencias y los ripios que ha tenido. Y no es injusto ni desleal hacer una crítica al respecto, porque esta es una crítica política. No aspiramos a ningún cargo ni buscamos cercanía con algún sector en particular.
De aquí en más, se requiere elegir un gobierno que tenga un programa definido, orientado a buscar los intereses del país y del Estado. Un gobierno que no se dé gustitos ideológicos, especialmente en política internacional. Que tenga claro su lineamiento, que sepa qué va a hacer y que no esté corrigiendo su rumbo de forma permanente. De perseguir lo mismo, el Estado caerá en un vicio permanente del cual no seremos capaces de resistir por mucho tiempo.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Político
Y la discapacidad, señores candidatos, para cuándo
Y la discapacidad, señores candidatos, para cuándo
En los últimos foros y programas relacionados con las elecciones presidenciales, ya sean debates, entrevistas o paneles en los distintos canales de televisión del país, apenas se ha mencionado el tema de la discapacidad. Como excepción, una niña interpeló directamente a una candidata sobre el tema, pero se quedó allí. Da la impresión de que el interés por la discapacidad se limita a la Teletón, a iniciativas privadas o a la buena voluntad de algunos. No parece ser un tema relevante para la agenda pública.
Entonces, ¿cuándo va a ser importante para el Estado? ¿Cuándo se asumirá la responsabilidad con nuestros compatriotas de movilidad reducida, personas con condición del espectro autista, o quienes viven otras condiciones que requieren integración real en la sociedad, tanto en lo laboral, lo cultural y lo social? No se puede seguir dependiendo de las migajas de campañas solidarias, de una falsa inclusión y de una discriminación perpetua.
Al parecer a la clase política no le interesa abordar estos problemas, pese a que son alrededor de dos millones de ciudadanos quienes viven con alguna discapacidad. Sumemos a esa cifra el entorno familiar y social, el número total de afectados por esta realidad podría superar fácilmente los 5 millones a nivel país. Y este grupo representa el colectivo minoritario más grande en situación de vulnerabilidad en Chile, lo que refuerza la necesidad de políticas públicas inclusivas y efectivas.
Siendo así, ¿acaso no valen? ¿acaso no son votos válidos? Aparentemente, para muchos políticos este tema no es prioritario, aunque represente un electorado significativo. Quizás no se les ve como personas con derechos, o peor aún, no se les ve en absoluto.
Por eso es hora de exigir transparencia. Que los políticos, de todas las tendencias, demuestren si realmente les interesa construir una sociedad inclusiva. Que digan si están dispuestos a integrar a las personas con discapacidad o con capacidades distintas, o como quieran llamarlas sin esconderse detrás de eufemismos. Porque, lamentablemente, muchos de los considerados “normales” no quieren enfrentar la realidad, y por miedo a ofender, evitan llamar las cosas por su nombre. Ese es, precisamente, uno de los orígenes del problema.
No hay políticas públicas efectivas. Todo depende de la caridad o de instituciones privadas. El Estado no asume un rol activo: no fiscaliza colegios, universidades ni espacios donde, con esfuerzo propio y el de sus familias, algunas personas con discapacidad logran superar barreras y, aun así, deben seguir enfrentando discriminación y malas prácticas que son inconmensurables.
¿Estamos construyendo una sociedad igualitaria o seguimos relegando estos temas como secundarios? ¿Puede una persona con discapacidad valer menos que otros colectivos? ¿Por qué se visibiliza más a ciertos grupos como la comunidad LGBTQ
mientras que otros, como la movilidad reducida, la discapacidad visual, auditiva, intelectual, psíquica, entre otras condiciones siguen invisibilizadas?
En muchas partes del país se instalan señales para personas ciegas en lugares mal diseñados, sin empatía ni comprensión real. ¿Cómo se espera lograr una integración auténtica si ni siquiera se piensa en el prójimo? La televisión, una vez más, nos da una bofetada: este sigue siendo un tema secundario, un “tropicalismo” que se menciona cada cuatro años, si acaso.
Ya no basta con discursos vacíos ni con promesas que se desvanecen tras las elecciones. La discapacidad no puede seguir siendo un tema decorativo en la agenda política, ni una causa que se desempolva cada vez que conviene. Es hora de que el Estado asuma su rol con políticas públicas reales, con fiscalización efectiva y con voluntad de transformar. Porque no se trata de caridad, se trata de justicia.
Las personas con discapacidad merecen ser escuchados, representados y respetados. Si queremos construir un país verdaderamente democrático, igualitario y empático, debemos empezar por mirar de frente esta realidad. Porque una sociedad que invisibiliza a millones de sus integrantes no es una sociedad justa. Y ya es hora de cambiar eso.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Político
El Costo del Populismo en la Política Chilena
El Costo del Populismo en la Política Chilena
La irrupción del populismo en los temas fundamentales de la política chilena, pueden acarrear un alto costo. Cuando las discusiones políticas se contaminan con soluciones rápidas y visiones simplistas, nos encaminamos hacia un escenario peligroso y difícil de revertir, a riesgo de acabar siendo aceptadas y validadas por la ciudadanía.
Cabe preguntarse: ¿es correcto validar el populismo y las respuestas fáciles? Hoy, muchos chilenos reflexionan por quién votar, y una gran parte no encuentra una alternativa válida. No conocen criterios de decisión, por lo que algunos consideran no hacerlo, viajar o simplemente ausentarse de sus lugares de votación. Esta desafección puede ser accidental, pero también premeditada: una forma de evitar un problema, especialmente cuando el populismo se presenta tanto desde la izquierda como desde la derecha.
En este contexto, algunos rezan, otros esperan que surja una alternativa moderada y razonable. Sin embargo, hasta ahora no parece haber una opción clara. Las alternativas son escasas: el Partido Comunista gana terreno con su candidata, lo que para algunos representa un problema; para otros, lo es el crecimiento de los republicanos y libertarios. Mientras, Evelyn Matthei lleva años en carrera presidencial y muestra signos de desgaste.
Este panorama plantea un escenario sombrío en términos de gobernabilidad. Si el próximo gobierno enfrenta un Congreso altamente polarizado, los votantes deberán considerar votar en línea por presidente, senadores y diputados, para facilitar mayorías parlamentarias que permitan cumplir con lo prometido. Ya hemos tenido dos gobiernos que no lograron cumplir sus programas, ya sea por falta de voluntad, por obstáculos externos, por agendas propias o por contar con una minoría parlamentaria. Este último punto no es menor: pone en jaque a cualquier gobierno en un sistema democrático como el nuestro.
Todo esto crea un caldo de cultivo para el populismo: soluciones fáciles, respuestas rápidas, discursos seductores. Ejemplos sobran: Milei, los Kirchner, Lula. Incluso el surgimiento del Frente Amplio fue una señal de que el populismo estaba llegando.
Será que el populismo se instaló para siempre. Eso dependerá de nuestras propias reflexiones. No toda solución fácil resuelve problemas complejos. Las situaciones del país requieren diálogo, planificación y visión de largo plazo. Es ingenuo pensar que un gobierno, ya sea de derecha o ultraderecha, podrá acabar con la
delincuencia en dos días, una semana o un año. El crimen organizado no se enfrenta sin el apoyo del Congreso. Por más autoritarismo o “mano dura” que se prometa, el poder presidencial tiene límites y debe coexistir con otros poderes del Estado.
Propuestas de ese tipo no son más que populismo infantil. El electorado no debe caer en esas trampas, ni tampoco en las de quienes prometen transformaciones sociales sin programas, sin financiamiento, sin estudios técnicos. Ya lo vimos con el Frente Amplio, que prometió reformas y terminó haciendo ajustes similares a los de la Concertación. La realidad, al final, impone sus reglas: la realpolitik termina por dominar.
En resumen, el populismo ya sea de izquierda o de derecha, traen un alto costo político con sus soluciones rápidas y los discursos demagógicos, emocionales e institucionales. No contribuyen a la estabilidad ni al buen funcionamiento del país. Lo que se necesita son candidaturas moderadas, capaces de ofrecer equilibrio y gobernabilidad. Lamentablemente, estas opciones no están siendo representadas por los partidos tradicionales.
Por su lado, las encuestas muestran que muchos ciudadanos se identifican con el centro político, solo que no sabemos qué entienden por “centro”. Figuras como Kast, Matthei, Kaiser o Jara no lo representan en sentido estricto, y de moderados tienen poco o nada. Es un error conceptual que va más allá de los partidos, porque los chilenos no tienen claro qué futuro político desean.
Esta inconsistencia está alimentada por los discursos que deforman, disfrazan o convierten las ideas ideológicas en espejismos. Por eso, en las próximas elecciones, es fundamental decidir con base en programas, en familias ideológicas claras, y en una visión de país. Si se busca estabilidad y moderación, es necesario mirar más allá de las modas y racionalizar el voto. No caigamos en el discurso populista.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Político
Magallanes y la política como feudo
Magallanes y la política como feudo
Magallanes parece seguir anclado en una lógica política medieval, donde quien ostenta el poder lo conserva por inercia, y quien no lo tiene, simplemente queda fuera. El criterio regionalista sigue siendo el eje dominante, y los resultados electorales recientes lo confirman.
La derecha, de dura a más dura. Se observa un cambio de mando: los Republicanos (R) con Alejandro Riquelme a la cabeza, logran imponerse con un 12,66%, desplazando al actual diputado UDI, Cristian Matheson. Este relevo no representa una renovación ideológica, sino más bien un endurecimiento del discurso. La derecha, que antes tenía dificultades para consolidarse en la región, ahora comienza a asentarse con mayor naturalidad, adoptando un tono populista y regionalista, donde esto último ya ha contaminado a todos los sectores: izquierda, centro y derecha.
Mientras el Frente Amplio (FA), mantiene una continuidad sin impacto. Este grupo, cuna del presidente Boric, mantiene una representación en la región con más del 9% de los votos. Sin embargo, la diputada electa ha tenido un rol pasivo y poco representativo. A pesar de ello, el bloque conserva su cupo, lo que sugiere que la influencia del presidente aún persiste. La pregunta es si Morales, la nueva representante, logrará trascender el discurso populista y representar a todos los magallánicos, sin caer en el sesgo regionalista.
Por otro lado, el fenómeno Bianchi como la pyme electoral. Una vez más, la “pyme” política de los Bianchi se impone con un 24,67% de los votos, reafirmando su lugar en el Congreso. Su estrategia es conocida: cercanía superficial, discursos simples, gestos populistas y una imagen afable que conecta con una ciudadanía que, en muchos casos, vota sin reflexión crítica. El regionalismo que encarna no es el de los años 40 o el que resurgió en los 90 con figuras como Carlos González. Es un regionalismo instrumentalizado, convertido en negocio familiar y en excusa para mantener un estilo de vida financiado por el Estado.
La representación política en Magallanes parece haberse vaciado de ideas y se ha transformado en una plataforma para negocios personales. La política se ha convertido en una excusa para sostener pymes familiares, sin rendición de cuentas ni autocrítica.
Es urgente que los magallánicos revisemos nuestras exigencias como electores. No podemos seguir aceptando cualquier discurso ni premiando la mediocridad. La representación política debe ser un compromiso con el bien común, no un negocio personal. Si queremos una región con futuro, debemos elevar el estándar y exigir más de quienes dicen representarnos.
El regionalismo, que alguna vez fue una bandera legítima de reivindicación territorial, hoy se ha convertido en una herramienta de manipulación electoral. Ya no se trata de defender los intereses de Magallanes frente al centralismo, sino de usar el discurso regionalista como excusa para sostener proyectos personales que poco tienen que ver con el bien común. El caso de los Bianchi es emblemático: una “pyme electoral” que se reproduce en cada ciclo, apelando a la cercanía superficial y a gestos populistas que conectan con una ciudadanía cada vez más despolitizada.
Así es como los partidos tradicionales y emergentes no han logrado ofrecer alternativas sólidas. La derecha endurece su discurso, pero no renueva sus ideas. El Frente Amplio mantiene presencia, pero sin impacto real. Y en medio de todo esto, el tono populista y regionalista se impregna en todos los sectores, diluyendo las diferencias ideológicas y reduciendo la política a una competencia de simpatías y slogans.
Lo más preocupante, no obstante, no es la mediocridad de algunos liderazgos, sino la pasividad de la ciudadanía. En Magallanes, el voto parece haberse convertido en un acto automático, desprovisto de reflexión crítica. Se elige por costumbre, por apellido, por cercanía aparente, sin exigir propuestas claras ni rendición de cuentas. Esta falta de exigencia ciudadana es el verdadero talón de Aquiles de nuestra democracia regional.
La política no debería ser un negocio personal ni una herencia familiar. Debería ser un espacio de servicio, de construcción colectiva, de visión a largo plazo. Pero para que eso ocurra, no basta con criticar a los políticos: es necesario que la ciudadanía despierte, se informe, participe, cuestione y eleve sus estándares. Solo así podremos romper el ciclo de la inercia y construir una Magallanes más justa, más transparente y más comprometida con su futuro.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Político