El nacionalismo y los fanatismos ideológicos, malos consejeros
Sin duda, cuando vemos el conflicto provocado por el Presidente de Rusia Vladimir Putin, no aceptando la independencia y soberanía de Ucrania, e invadiendo el país con la excusa de luchar contra actos fascistas experimentados por las regiones independentistas del Donbas y Crimea (actuales zonas apoyadas por Rusia), que consideramos estar volviendo a los tiempos de los nacionalismos exacerbados, que buscan imponer reglas a la fuerza. En este caso, para volver a recuperar el ideario de cultura-nación, como la gran Unión Soviética o su previa cultura zarista.
Si lo llevamos a una escala más alta podemos recordar varios casos, tales como el desmembramiento o separación, en medio de una guerra civil sangrienta y descarnada, como la ocurrida con la ex Yugoslavia, en donde cientos de miles murieron y otros tantos huyeron del país, todo en nombre del nacionalismo. Así también, se dieron los casos de los nacionalistas irlandeses del IRA (Ejército Republicano Irlandés) en el Reino Unido o la ETA (Euskadi Ta Askatasuna) en España. Todos caracterizados por la lucha ideológica en su territorio, con batallas sangrientas de por medio que perjudicaron finalmente a la población, a favor de unos pocos y sus ideas.
El nacionalismo es una ideología que resalta e impulsa elementos como las etnias, cultura, religión o el pasado histórico. Defiende ideas de unidad y en la mayor parte de los casos termina por exacerbar la superioridad de un pueblo o nación por sobre otro. Pero por el contrario, no permite una racionalidad política, más bien aspiran o provocan un fanatismo muy evidente casi sin sentido e indiscutiblemente irracional. Más aún, este tipo de ideologías genera situaciones como la que estamos vislumbrando con Vladimir Putin.
Si lo transferimos al caso de Chile, se divisan lentamente ciertas conductas fanáticas, como en la misma convención constitucional, integrada por ciertos miembros con discursos más bien radicales; o las declaraciones regionalistas, sobre todo en zonas extremas como Magallanes, Iquique, Arica; o bien los conflictos territoriales que se desencadenan en Arauco, enfrentando a una etnia pacífica con algunos de ellos en pie de guerra. Si bien en algunas oportunidades estas consignas puedan ser justas, los nacionalismos tanto globales como en zonas regionales, siempre pueden llegar a ser malos consejeros, porque nublan las decisiones.
En lo coyuntural, en la asamblea constituyente o convención constitucional para muchos se vio que no existe una racionalidad política, más bien se vio como ciertos constituyentes radicales imponían su posición hecha a pedido de cualquier disparate que se le ocurra a un afiebrado lado político, que carece del sentido jurídico y del sentido de Estado. Por otro lado, se vio a un grupo negando todo lo posible públicamente porque no querían un cambio; mientras que aquellos que se quedaron fuera, haciendo campañas por insatisfacción. Al final se tiene que percibir la construcción de este nuevo Estado pensando en todos, en la región, el país, etnias e ideologías, cualquiera sea el mecanismo que se ocupe, para establecer una unidad.
No cabe duda que los fanatismos son malos, son ajenos, nublan, no permiten acuerdos ni dan soluciones. Todo lo contrario, generan más vicisitudes y pueden desatar crisis de inestabilidad política y social evidente. Estas ideologías pueden agravar más los problemas e incluso pueden sepultar los avances de un país. Como caso típico, el nazismo en Alemania, el franquismo en España, o el fascismo en Italia. Por lo tanto, obviamente cuando se ven y se toman decisiones políticas tanto para Putin, como para los ejemplos aquí mencionados, el nacionalismo, el ver todo de una manera fanática, puede derivar en actos de xenofobia, discriminación y violencia. Así que, fanatismos y nacionalismos no son buenos consejeros, más en este proceso de reconstrucción institucional, con la sombra de las demandas sociales aún vivas y esperando ser respondidas.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Político
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