Crisis en la Democracia Cristiana
El Partido Democrático Cristiano chileno atraviesa una de las crisis más complejas de su historia y quizás, a juicio de muchos analistas, incluidos ex dirigentes del partido, una crisis casi terminal. Las razones enlistan haber cedido espacio de su ideología y ya no representar al centro político, es decir, estar cada vez más orillado hacia la izquierda.
En esa nueva posición ideológica se ha diluido su representación de los sectores sociales y de la clase media, dejando que se desplacen hacia la derecha o de alguna manera que parte de la izquierda populista los asuma. En esa dinámica, sólo han criticado al gobierno de Gabriel Boric y han sido parte de la disidencia, en vez de hacer lo que es debido, ser una oposición fuerte y directa al gobierno del Frente Amplio (FA) como concierne.
Dicho de otra manera, la Democracia Cristiana (DC) debió vincularse con otros partidos de centro y construir una alternativa moderada, manteniendo sus valores humanistas cristianos adaptados a las nuevas demandas sociales. Esa propuesta ahora más que nunca es necesaria cuando los extremos emergen con la aparición de una candidata comunista, un candidato republicano y otro libertario.
Allí la DC tenía una oportunidad histórica de convertirse en el eje articulador de la moderación, una presencia paralela que ofreciera gobernabilidad, diálogo y reformas con sentido social. Sin embargo, no ocurrió, no se articuló y, por el contrario, se unieron al grupo de izquierda.
En vista de ese cambio de timonel ideológico, ahora más que nunca se tiene que volver a la esencia, porque actualmente se plantean las decisiones desde la sobrevivencia, por años de malas administraciones, por años de no saber leer que la gente no quería que la DC se arrimara a la izquierda. Los años en el pacto concertacionista fueron convenientes, pero los alejaron de una meta propia, un camino o una estabilidad de una alianza de centro determinada.
Muchos estarán llorando, estarán pensando en que se clausura el partido por fuera, resignados de luchar y decididos a plantear pactos de sobrevivencia para ver si logran ese 5% y seguir en la vida política. La realidad es que para lograr ese mínimo, se necesita volver a las raíces, usar la ventaja de no pertenecer ni a la izquierda ni a la derecha, ser un centro moderado con convicción en el progreso.
En esa idea se debe reconstruir el centro, como espacio de sentido, no como refugio de los que no caben en los extremos. Un nuevo proyecto político con convicción democrática en búsqueda de acuerdos y sin renunciar a los principios. Lograr que se recupere el lenguaje de la política con propósito, no por conveniencia.
No obstante, ¿queda la disposición para armar este centro? Los partidos que cumplen con esta estructura en este momento no van a ofrecerle al país una alternativa moderada. Demócratas, Radicales, Demócratas Cristianos y Amarillos se han convertido en un campo de trincheras internas, donde puede más la
mezquindad, puede más los cargos y los intereses individuales. Los militantes moderados quedan expuestos y obligados a caer en los mismos vicios.
Hay que dejar claro esto a militantes y a simpatizantes, porque la DC, así como los Radicales, no se separaron a tiempo de la concertación cuando hubo oportunidad. Empezaron a ceder identidad cuando el proyecto común empezó a diluirse en pragmatismo y cálculo electoral. Esa falta de visión permitió la radicalización y que el populismo instalara sus raíces en las mismas filas, perdiendo el norte ético que los diferenciaba. Se abandonó la vocación social cristiana, permitiendo que sectores de la derecha se adueñaran del discurso o establecieran penetración, porque los ideales social cristianos no son únicos ni privativos de la DC, pese a que es el mejor en representarlos.
En pocas palabras la DC y con ella todo el espacio moderado, ha llegado a un punto de inflexión. No se trata ya de recuperar votos ni de alcanzar el umbral del 5%. Se trata de recuperar el sentido, de volver a ser una fuerza que represente valores, convicciones y una visión de país que no se rinda ante los extremos ni se diluya en pactos sin alma.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Político
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