jueves, 27 de noviembre de 2025

Gobernar para todos: el dilema de un liderazgo ideologizado

 Gobernar para todos: el dilema de un liderazgo ideologizado

Los errores no forzados, la corrupción, los desaciertos en el discurso, la inmadurez, la tozudez, la escasa efectividad de las políticas públicas del Frente Amplio (FA) no son culpa de la oposición.

Por más que nos desagrade la derecha, no podemos responsabilizarlos por las pataletas del presidente, ni por las decisiones impulsivas, ni por sus visiones ideológicas sesgadas y fanáticas, ni por ciertos criterios bastante sui géneris que él mismo sostiene.

Sería injusto culpar a la oposición por las formas del mandatario. Más bien, tanto la derecha como sectores dentro del oficialismo reaccionan desfavorablemente a sus actos, y puede que incluso dentro de la izquierda haya quienes tampoco se sientan representados por el estilo presidencial.

Eso que podríamos llamar “el estilo Boric”, ha traído problemas que no interesan al país, que no aportan a la política interna y que han generado tensiones innecesarias. Acaban como distractores para desviar la atención a situaciones complejas para el gobierno o que simplemente no se han abordado aún, reemplazadas por otros hitos que poco contribuyen.

Bajo esa premisa no podemos echarle la culpa a la oposición por reaccionar. En el fondo si imaginamos un gobierno como este, con las mismas características de Boric, pero de derecha, la izquierda incluido el grupo del presidente reaccionaría de la misma manera. Las críticas serían absolutas y despiadadas y nadie diría: “Es joven, tiene que aprender, aceptemos que cometa errores”, porque se trataría de un “desgraciado” gobierno de derecha que no le gustaría a nadie.

No esperaríamos esta actitud paternalista, maternal o sobreprotectora que sí se observa hacia el gobierno actual. No, eso no sucedería porque al parecer hay ciertos sectores a los que se les perdona todo y otros a los que se les cuestiona. No existe una misma vara de medición.

En tal caso, la oposición se ha comportado como suele hacerlo cualquier oposición. Incluso ha sido bastante moderada y, pese a que ha endurecido su postura al estar en época electoral, siempre ha sido de manera justa y moderada.

El punto más importante aquí es que los gobiernos no pueden encapricharse. No se puede aceptar que estos intenten imponer su visión y generar situaciones “a su pinta” sin considerar a la mayoría de la población. Se presidente no se trata de darse un gustito, eso lo deben entender futuros mandatarios y el mismo Boric si es que pretende volver, ya que ha sido la antítesis de un mandatario responsable.

Por primera vez en la historia de Chile se eligió un gobierno sin una dirección política clara, sin un norte, sin un programa coherente. Improvisaron sobre la marcha y sin hacerse autocríticas. No tenían una línea política ni económica, ni una visión de

Estado o de país. Tal vez una visión de relaciones internacionales muy suya que murió en los primeros días. Intentaron hacer de todo, pero no lograron concretar mucho. Y por más que uno sea anti-derecha, debemos defender la institucionalidad. El Estado y el país no pueden darse el lujo de tener gobiernos amorfos, sin dirección política.

Ahí hay que reconocer que este gobierno no ha terminado antes gracias a la intervención de la antigua Concertación, una alianza que se buscó por la necesidad de salvar el pellejo. Por su lado, la Concertación violó su propia elección política: aguantó pataletas, agravios gratuitos, las ganas de jubilarla. No obstante, terminaron ellos mismos administrando y rescatando a un gobierno que no sabe qué quiso hacer.

En consecuencia, Boric en su fuero interno seguramente no está satisfecho con lo que ha hecho, sabe de las falencias y los ripios que ha tenido. Y no es injusto ni desleal hacer una crítica al respecto, porque esta es una crítica política. No aspiramos a ningún cargo ni buscamos cercanía con algún sector en particular.

De aquí en más, se requiere elegir un gobierno que tenga un programa definido, orientado a buscar los intereses del país y del Estado. Un gobierno que no se dé gustitos ideológicos, especialmente en política internacional. Que tenga claro su lineamiento, que sepa qué va a hacer y que no esté corrigiendo su rumbo de forma permanente. De perseguir lo mismo, el Estado caerá en un vicio permanente del cual no seremos capaces de resistir por mucho tiempo.

Nelson Leiva Lerzundi

Cientista Político

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