sábado, 27 de septiembre de 2025
viernes, 26 de septiembre de 2025
jueves, 25 de septiembre de 2025
¿Queda algún liderazgo para conducir el país?
¿Queda algún liderazgo para conducir el país?
Gobernar en Chile hoy implica enfrentar desafíos complejos, desde temas esenciales como la seguridad, migración, desigualdad, crisis climática, deuda pública; a otros de credibilidad con la ciudadanía, la cual cada vez es más exigente y crítica.
En ese escenario, ya hemos sido administrados por casi todas las coaliciones políticas, con distintas visiones y soluciones a esos problemas, aunque sin alcanzar un consenso que las dé por zanjadas. Como alternativas quedan los partidos nuevos: Partido de la gente (PDG), Partido Republicano, Partido Nacional Libertario y el Partido Social Cristiano, los cuales proceden de los mismos antiguos partidos y sus estructuras.
Está de manifiesto que la voluntad de gobernar existe ante tantos grupos, pero queda en duda si esa voluntad viene acompañada de capacidad, ética y conexión real con las necesidades de la gente. Y ahí es donde el ciudadano tiene un rol clave: exigir, cuestionar, y votar con conciencia.
Desde allí hay que cuestionarnos si el sistema político, formado por los partidos y las nuevas coaliciones emergentes, tiene las condiciones para gobernar el país o se ha perdido la credibilidad en todos los sectores políticos.
Será que se puede confiar en que los gobernantes y las autoridades respondan por las necesidades de la nación y que luego los partidos generen soluciones. O necesitamos un cambio de reglas, cambios de partidos, nuevas formas de hacer política y un arreglo en el modelo democrático.
Lo que es seguro es que la legitimidad queda en entredicho y el sistema democrático representativo parece no ofrecer garantías suficientes. Por lo tanto, las modificaciones que se necesitan requieren de una transformación profunda, principalmente del sistema político, porque el actual no garantiza transparencia, eficacia ni responsabilidad pública.
Mucho menos se debe permitir extenderlo en el estado en el que está más tiempo. De continuar se teme una nueva crisis institucional, la que no necesariamente se manifestará con un golpe de Estado, sino con la descomposición funcional de las instituciones o de la eficacia de estas.
A consecuencia, el desgaste del sistema político genera ingobernabilidad en el Estado, de modo que nada parece responder a las demandas de la ciudadanía. Además la política se vuelve ineficaz, arrogante y marcada por el “juego de la sillita musical” en los cargos públicos. El poder queda en quienes priorizan el beneficio personal, apoyándose de los oportunistas que de un lado se pasan al otro o en el cuadernillo de nombres y amigotes que trae el gobernante.
Cuando se llega a este punto, hasta que no cambie el sistema político y el sistema democrático representativo como lo vivimos ahora, hasta que no se barra con las prácticas de dirección y favoritismos, no se puede reparar nada.
El camino al final de esta ruta de fallas es el auge de los populismos, los que ofrecen soluciones imposibles que suenan bien, que dan respuestas inmediatas a temas de
años de discusión, pero sin capacidad de mejora. Son los mismos que acercan a dictaduras manejadas por quienes propusieron esas soluciones.
Desgraciadamente no es lo que todos esperamos como electores. Siempre se espera más responsabilidad política, que quienes son partes de este sistema reconozcan la condición actual por el bien del país y que construyan desde allí proyectos de bien común, transversales y efectivos. Sobre todo que dejen de enriquecerse los bolsillos.
Lamentablemente, en ese paso las nuevas generaciones están mal preparadas para asumir responsabilidades. No se percibe ningún liderazgo en ellos, ni capacidad real para gobernar con eficacia y legitimidad.
Porque en esencia hoy no basta con tener el poder, se necesita demostrar competencia, visión y compromiso con el país. Es así, quien pueda gobernar o pueda dar un relativo ejemplo de confianza, de autoridad, respeto y que mejore el funcionamiento del Estado, tendrá una carrera y apoyo asegurado por años.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Politico
sábado, 20 de septiembre de 2025
viernes, 19 de septiembre de 2025
sábado, 13 de septiembre de 2025
viernes, 12 de septiembre de 2025
La candidata Jara y su gira por el país
La candidata Jara y su gira por el país
La actual estrategia de Jaennette Jara, la candidata por el bloque de izquierda, es dejar a un lado los foros y debates con otros candidatos presidenciales para fortalecer los viajes por el país dando a conocer su propuesta, bajo el lema “Soluciones para Chile”. Al momento, su peregrinación alcanza más de 15 ciudades en 9 regiones, manteniendo contacto directo con la ciudadanía.
Analizando particularmente esa decisión de campaña, podemos cuestionarnos sobre la necesidad de recorrer el país para reunirse con la gente común, especialmente fuera de Santiago. Es acaso una estrategia de cercanía o principalmente una de evasión al debate. Por su lado, los otros candidatos han reprochado fuertemente su ausencia culpándola de eludir responsabilidades democráticas.
En esta estrategia queda en evidencia que busca evitar confrontaciones públicas, en un contexto donde su coalición enfrenta tensiones internas que podrían debilitar su posición.
Lo lógico es que los distintos comandos tengan que analizar si les conviene debatir, o no, con tal o cual candidato. Desde ahí, parece ser que el fuerte de Jeanette Jara es no hacerlo, por tal razón evadir debates es una buena estrategia para no perder fuerza y, en cambio, reunirse con adherentes para fortalecer su cercanía. Ahora bien, seamos claros que esas reuniones con adherentes por el país son reuniones con partidarios, con gente muy cercana, organizada por sus propios partidos o el comando que la apoyan.
Tampoco es una estrategia nueva, todo candidato siempre se reúne en regiones con personas seleccionadas, la desventaja de este método es que se limita la diversidad de voces presentes a un grupo simpatizante y, por ende, pierde relevancia en expandir el discurso. Ahí entran los debates públicos y los foros, de esa manera se pueden contrarrestar propuestas, evaluar liderazgos y ver cómo los candidatos responden bajo presión. Las distintas propuestas de los candidatos son vitales, no para el show mediático o el de la prensa, si no para el elector que quiere informarse.
Por otra parte, Jeanette Jara ha apostado por cultivar una imagen cercana, amable, incluso maternal, que nos recuerda a Michelle Bachelet con su sonrisa y bromas atingentes al momento. Una decisión para venderse como alguien más. No obstante, no estamos eligiendo al mejor humorista, si no tendríamos como candidato al Coco Legrand o a Álvaro Salas. Hay que tener claro que simpatía no es sinónimo de liderazgo, ni menos de capacidad para gobernar.
Eso sí, la simpatía y el carisma son un elemento importante que sin duda debe poseer un presidente de la República para manejar la opinión pública, aunque por sí sola no basta con esto. Una candidata que se esconde, con un estilo comunicacional más cálido que confrontacional, se puede interpretar abiertamente
como una forma de evitar debates duros.
El punto es que Jeannette Jara fue Ministra de Estado y viene del mundo académico, eso la hace parte de una elite. Su origen humilde es un discurso a su favor, parte de la meritocracia para surgir, pero es parte del grupo de privilegios hace bastante rato, eso implica tener acceso a redes de poder, privilegios institucionales y una posición que ya no representa directamente a los sectores populares. Y nadie quita que pueda mantener empatía con esos sectores, y que esos privilegios le sean útiles para transformar las condiciones de quienes aún viven en la precariedad. Que los pueda aplicar para hacer buenas cosas.
Sin embargo, lo que se espera de ella es que actúe con propuestas concretas y disposición al debate. No es un rechazo al origen humilde, sino a la instrumentalización de ese origen como estrategia electoral sin sustancia. Y eso, en tiempos de desconfianza política es mucho más relevante.
Quizás el contacto con “la gente común” acabe siendo una excusa para evitar el debate democrático, así desvía la discusión por miedo a que le interpelen por ser comunista y los frente que trae con eso.
Así que no basta con recorrer el país si no se está dispuesto a someter las ideas al escrutinio público. Es todo lo contrario, mientras se acerca a la gente puede exponer y defender sus propuestas, no hay incompatibilidad de hacer ambas.
En síntesis ¿qué tipo de liderazgo necesita Chile hoy? ¿Uno que conecte emocionalmente o uno que enfrente con firmeza los desafíos estructurales?. Tal vez se requieren ambos, pero sin que uno eclipse al otro.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Político
sábado, 6 de septiembre de 2025
viernes, 5 de septiembre de 2025
Crisis en la Democracia Cristiana
Crisis en la Democracia Cristiana
El Partido Democrático Cristiano chileno atraviesa una de las crisis más complejas de su historia y quizás, a juicio de muchos analistas, incluidos ex dirigentes del partido, una crisis casi terminal. Las razones enlistan haber cedido espacio de su ideología y ya no representar al centro político, es decir, estar cada vez más orillado hacia la izquierda.
En esa nueva posición ideológica se ha diluido su representación de los sectores sociales y de la clase media, dejando que se desplacen hacia la derecha o de alguna manera que parte de la izquierda populista los asuma. En esa dinámica, sólo han criticado al gobierno de Gabriel Boric y han sido parte de la disidencia, en vez de hacer lo que es debido, ser una oposición fuerte y directa al gobierno del Frente Amplio (FA) como concierne.
Dicho de otra manera, la Democracia Cristiana (DC) debió vincularse con otros partidos de centro y construir una alternativa moderada, manteniendo sus valores humanistas cristianos adaptados a las nuevas demandas sociales. Esa propuesta ahora más que nunca es necesaria cuando los extremos emergen con la aparición de una candidata comunista, un candidato republicano y otro libertario.
Allí la DC tenía una oportunidad histórica de convertirse en el eje articulador de la moderación, una presencia paralela que ofreciera gobernabilidad, diálogo y reformas con sentido social. Sin embargo, no ocurrió, no se articuló y, por el contrario, se unieron al grupo de izquierda.
En vista de ese cambio de timonel ideológico, ahora más que nunca se tiene que volver a la esencia, porque actualmente se plantean las decisiones desde la sobrevivencia, por años de malas administraciones, por años de no saber leer que la gente no quería que la DC se arrimara a la izquierda. Los años en el pacto concertacionista fueron convenientes, pero los alejaron de una meta propia, un camino o una estabilidad de una alianza de centro determinada.
Muchos estarán llorando, estarán pensando en que se clausura el partido por fuera, resignados de luchar y decididos a plantear pactos de sobrevivencia para ver si logran ese 5% y seguir en la vida política. La realidad es que para lograr ese mínimo, se necesita volver a las raíces, usar la ventaja de no pertenecer ni a la izquierda ni a la derecha, ser un centro moderado con convicción en el progreso.
En esa idea se debe reconstruir el centro, como espacio de sentido, no como refugio de los que no caben en los extremos. Un nuevo proyecto político con convicción democrática en búsqueda de acuerdos y sin renunciar a los principios. Lograr que se recupere el lenguaje de la política con propósito, no por conveniencia.
No obstante, ¿queda la disposición para armar este centro? Los partidos que cumplen con esta estructura en este momento no van a ofrecerle al país una alternativa moderada. Demócratas, Radicales, Demócratas Cristianos y Amarillos se han convertido en un campo de trincheras internas, donde puede más la
mezquindad, puede más los cargos y los intereses individuales. Los militantes moderados quedan expuestos y obligados a caer en los mismos vicios.
Hay que dejar claro esto a militantes y a simpatizantes, porque la DC, así como los Radicales, no se separaron a tiempo de la concertación cuando hubo oportunidad. Empezaron a ceder identidad cuando el proyecto común empezó a diluirse en pragmatismo y cálculo electoral. Esa falta de visión permitió la radicalización y que el populismo instalara sus raíces en las mismas filas, perdiendo el norte ético que los diferenciaba. Se abandonó la vocación social cristiana, permitiendo que sectores de la derecha se adueñaran del discurso o establecieran penetración, porque los ideales social cristianos no son únicos ni privativos de la DC, pese a que es el mejor en representarlos.
En pocas palabras la DC y con ella todo el espacio moderado, ha llegado a un punto de inflexión. No se trata ya de recuperar votos ni de alcanzar el umbral del 5%. Se trata de recuperar el sentido, de volver a ser una fuerza que represente valores, convicciones y una visión de país que no se rinda ante los extremos ni se diluya en pactos sin alma.
Nelson Leiva Lerzundi
Cientista Político